jueves, 7 de abril de 2011



La vida continuó, bueno más bien no pararon de pasar, lenta y dolorosamente, los días.

Primero mis abuelos maternos vinieron a vivir a Madrid con mi padre y mis hermanos. A las pocas semanas de morir mi madre falleció mi abuela por un cáncer preguntando todos los días porqué mi madre no iba a visitarla, nadie se atrevió a contarle que Paquita (mi madre) se adelantó a ella en un inesperado viaje.

La vida en Madrid se volvió confusa y muy complicada, todos hacían de tripas corazón para que esos tres niños de 6, 4 y 2 años recuperasen el ritmo de su vida.

Era totalmente imposible, si ningún adulto era capaz de hacerlo como lo iban a hacer tres niños que acababan de perder a su madre.

Todo se complicó, recuerdo a mis dos tías con sus maridos volcadas hacia nosotros, mis abuelos maternos, mi padre, que había perdido a quien adoraba, intentando recuperar, lo que nunca ya consiguió, las riendas del negocio recién abierto.

Pasados dos años volvimos, sin mi padre, a vivir a Barcelona a casa de mis abuelos maternos. Nos hacíamos pipi por las noches, nos sentíamos queridos pero abandonados. Lo recuerdo todo como una enorme farsa en la que se intentaba introducir a la fuerza la felicidad y el optimismo.

Todo fue a peor, se empezó una batalla que ha durado hasta hace un par de años en la que se intentó "culpabilizar" a mi padre de lo sucedido, no directamente, pero si criticando muchas de las cosas que hacía. No puedo decir que fuese sin o con razón pero en medio quedaron tres niños que tenían un enorme dolor, habían perdido a su madre y, en algunos momentos, eran una herramienta para ajustar cuentas.

Realmente tuvimos el apoyo de toda la familia, cercana y no tan cercana. Una de mis tías vino a mal vivir a Madrid con su marido y sus dos hijos, se trataba de estar cerca nuestro para ayudarnos. Todos hicieron un gran esfuerzo para recomponer lo imposible.

Ahora, con la perspectiva de estos 45 años pasados, me doy cuenta de lo importante que hubiese sido contar con apoyo especializado. Seguro que en esa época no existía esa posibilidad, ni los conocimientos científicos necesarios para prestar apoyo social, familiar y psicológico a todos los que nos vimos afectados por este drama.

A mis 10 años mi padre se casó, los primeros 4 años sin mi madre fueron muy duros pero solo eran la antesala de lo que venía y lo que venía era peor.

sábado, 2 de abril de 2011

Víctimas de accidentes y yo, ese trabajo tan apasionante







Cuando nací, a finales de 1959 en la maternidad de la Diagonal de Barcelona, nada podía hacer pensar a mis padres que nuestra vidas iban a ser tan agitadas y, en algunos momentos, tan tormentosas y dramáticas.

El recuerdo más antiguo que tengo de mi vida es verme al brazo de mi madre en una consulta pediátrica y tener al lado otro pequeño amamantando. Quizá sea el primer recuerdo pero hay otro que no se me borra que es estar con mi abuelo paterno, el abuelo Canes, en una mesa redonda de mármol en una terracita de un bar donde vivíamos en la zona del Eixample la calle Viladomat entre las calles Provença y Mallorca, él tomaba algo rosado, luego supe que era un bitter Cinzano, y yo unas patatas fritas.



En ese mismo tramo de calle vivían mis abuelos maternos y paternos, frente a frente, y en ese mismo tramo compraron mis padres su casa.

Estuve unos tres años viviendo en mi ciudad natal, tuve mi primer hermano, Salvador, y, por motivos de trabajo nos trasladamos a Madrid.

Mi padre siempre ha estado ligado al motor, primero como mecánico en un taller de su barrio, después en Montesa como mecánico de pruebas y de competición con esta entrañable marca de motos, a Madrid nos trasladamos para abrir una delegación de la Montesa.

Viví unos años en el Barrio del Pilar, en los primeros pisos que se hicieron en la Av. de Betanzos 5 y alrededor solo había que huertas y campo. Recuerdo el nacimiento de Ramón, el tercero, y como mi madre me miraba al entrar y salir del parvulario desde el balcón. Como esperábamos todos a mi padre cuando venía de trabajar con su moto y como nos subía a dar un pequeño paseo.

La verdad es que los recuerdos de esa época son pocos pero muy bonitos.


Mi primer, y muy doloroso contacto, con los accidentes de tráfico lo tuve con seis años, habíamos estado en Barcelona visitando a todos lo abuelos y tíos. Era agosto y a la vuelta a Madrid el Renault 4 en el íbamos volcó.

Mi madre murió en la casa de socorro de Fraga muy cerca mío, la oí llorar y preguntar por sus hijos y su marido, repetir incansablemente esa pregunta. A mi me trasladaron a un hospital muy grave, a los pocos días supe que mi madre "estaba en el cielo esperándome".

Ese fue el primer contacto con la dura realidad de los accidentes, tres niños sin madre, un esposo enamorado que perdió su mujer y una familia destrozada y, lo que es peor, marcada para siempre.

Ni mis abuelos, ni mis tías y tíos, ni nosotros volvimos a sonreir en muchos años. La tristeza y la mala sangre se apoderó de muchos de nosotros y marcó nuestras vidas para siempre.

www.asociaciondia.org